domingo, 6 de octubre de 2013

Un nuevo comienzo...

     No tenía ni idea de cómo empezar el libro que se suponía hace un par de años había empezado a escribir. No encontraba un principio y mucho menos pensé que podría darle un final, la sensación de una vaga pereza y una cierta enajenación era lo único que fluía dentro de mí. Yo era entonces un joven escritor que quería contarlo todo, saberlo todo, sentirlo y vivirlo como si de ello dependiese la vida del que hasta entonces conocía como; "Yo, ese absurdo desconocido".  No tenía motivación alguna para empezar ni terminar nada, ni un libro, ni una relación amorosa-obsesiva, ni una vida. Lo único que quería giraba en torno a la necesidad de empaparme de los conocimientos de aquellas personas que en la época se autodenominaban como "intelectuales independientes", jóvenes que como yo, huíamos de los estándares y nos refugiábamos bajo versos de Rimbaud y relatos provocativos de Baudelaire, de  literatura que se hallaba oculta en cualquier hondonada, con el eco de las hojas rebotando a pie de página y posándose sobre las estanterías como una colección recién impresa de tomos que probablemente nadie leería, nadie, excepto nosotros. Éramos la generación a la espera de un nombre, los despojos de un conjunto de generaciones pasadas que nada tenían que ver como el boom hipster, ni modernillo de la época, muchos menos del "místico espiritual", del cual creí formar parte o eso decía Brandon Delic, un amigo de la infancia que había florecido bajo el cálido aroma del sur de Europa. Sus padres eran viejos emigrantes bosnios que habían huido como muchos de la Guerra Bosnia de principios de los 90's. Su mirada vacilante y dubitativa siempre tuvo gran impacto en mi afecto hacía él, veía a un hermano en el fondo de aquellos rasgos toscos y ásperos a la sombra, sus ojos en conjunto con su nariz se alzaban prominentes marcando sus mejillas, con la piel curtida con las marcas que solo los hombres criados en el sur poseen. 

    Yo vivía en un piso de protección oficial con otro de mis mejores amigos, Gael Blumer, de padre alemán y madre francesa. Era una de las personas más liberales y llenas de energía que jamas habían agitado mi vida. Dominaba todo lo que se proponía, conseguía a la chica que quería, incluso a las que yo solo podía mirar y esperar un "no" desde lejos. Su pelo dorado a la luz y castaño en la noche realzaban sus rasgos aterciopelados, casi casi como los de un niño, moldeados por una modesta barba que se abría paso desde su garganta hasta las comisuras de sus labios extendiéndose llana hasta sus patillas, de constitución marcada y un atractivo rebosante completaban lo que para mí era un gran amigo, otro de mis hermanos casi.  En aquella época todos éramos muy jóvenes, yo apenas había superado la barrera de las dos décadas. No me sentía aún un hombre, pero tampoco era un niño, había vivido cosas de un auténtico adulto, cosas de las cuales preferiría no hablar por ahora, porque solo empañarían el ambicioso proyecto de futuro que se edificó ante mí como un estatua, igual de inamovible, igual de perseverante e igual de molesta. En aquel entonces no tenía un nombre para tal proyecto, solo sabía que tenía que salir y de una vez por todas, como cientos de impulsivos jóvenes, llenos de exuberante  locura habían hecho antes que yo un día cualquiera en sus vidas, darme a la carretera. 

     Años atrás había divagado con la idea de coger un día los pocos libros que tenía, meterlos en una mochila junto con un par de mudas limpias y recorrer lo que para mí significaría; una vida nueva, mi vida alrededor de este vasto continente, limitado al sur por el árido calor y al norte por el punzante frío, por gran parte de la vieja Europa de Goethe y Kafka, la Europa que había visto solo en mapas y en imágenes ilustradas de enciclopedias. Un largo camino me esperaba, tan largo que resultaba incluso pretenciosa la idea de poder recorrerlo todo en una sola vida. Sentí miedo y excitación a la vez, por primera vez no sabía qué me iba a encontrar, en donde iba a dormir, si iba a comer caliente o si alguien me echaría una manta encima cuando me viese tiritar bajo el rocío de la noche. No sabía si volvería o me quedaría en algún lugar baldío a echar raíces o solo necesitaba ir, volver y convencerme de que el único lugar en donde necesitaba estar era en mí mismo, conmigo mismo. Así que eché andar con el último sol de septiembre deslizándose entre las nubes de medio día y aquel fue el principio de lo que sería la búsqueda de mi nueva vida. En algún lugar me la entregarían y enloquecería con su presencia... 


3 comentarios:

  1. Un nuevo comienzo, sin duda. Un texto muy bien redactado y que transmite un sentimiento no desconocido en mi. Es curioso, porque aunque mi generación sea una distinta de la suya, querido compañero de letras, creo que tiene algunos de esos individuos de los que habla. Sí, esos que se refugian "bajo versos de Rimbaud y relatos provocativos de Baudelaire...".

    Deja con ganas de más, pero dicen que lo bueno y breve dos veces bueno... ¡Espero leer más suyo pronto!

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    1. Vaya... Muchas gracias, joven poetiza. Realmente la generación es lo de menos, los pensamientos que mueven a esas personas sean de la generación que sean si se comparten, forman algo único e igual de intenso que si compartiesen generación.

      Por supuesto que leerá más cosas mías. Hoy he vuelto a empezar y solo sé que no quiero que llegue un final. Sí, eso es lo que quiero.

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  2. ¿Qué sentido tiene buscar en otro lugar lo que solamente está dentro de ti? Vivir.
    Cuando te encuentres contigo mismo, salúdate, despídete y piérdete otra vez.
    Perdidos estamos más guapos.

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