lunes, 7 de enero de 2013

Artless words...

'El amor es la guerra de los desarmados. De los que prefieren un beso sincero a una insinuación pasajera.'

Los días pasan, los años pasan. Hoy ha sido otro día más, otro lunes que a nadie le interesa. 20 años después de que mi vida se hubiese empezado a consumir, aún recuerdo la ilusión y las risas que de niño inundaban los pasillos de esta casa. Ilusión por qué, me pregunto ahora. Quizá la ilusión sea para almas inocentes, para almas tan sinceras como las propias palabras.  El ser humano está condenado a errar y a lamentarse de su desgracia. Nada es para siempre, ¿pero quién soy yo para pedir nada? 

Mientras esperaba el autobús de regreso a casa, dos señores entradas ya en la senectud de la vida, hablaban de lo mucho y poco que el pasado año les había dejado. Una de ellas me miró con ojos penetrantes, mientras yo miraba a ningún lado para evitar un enfrentamiento de miradas. Tomó una bocanada de aire y susurró: -Hijo, llevas la cremallera bajada, ¡súbetela! 
Y se dispuso a subir al autobús. 
El rubor se hizo presente de inmediato en mi reacción. 
-¿Ah, sí? Perdone usted -contesté, como si de una falta de respeto se hubiese tratado y dirigí la vista a mi entrepierna. 
-No, se equivoca -repliqué. 
Al subir la vista aquellas señoras se habían marchado. Mi autobús acababa de llegar, subí tan rápido como me dejó mi desconcierto. Me senté en un sitio que estaba al final del todo, en medio de un crío que no levantaba ni dos palmos del suelo y una atractiva mujer que por las excesivas capas de maquillaje que llevaba aparentaba no más de 30 años.

¿Por qué aquella anciana había mentido con lo de mi cremallera? ¿Por qué una mujer que palpaba ya la centuria se fijaba en mi entrepierna? Tal vez eso sea lo único que atrae a las mujeres durante toda su vida cuando ven por primera vez a un hombre, pensé. Yo no, yo soy más romántico que eso -me decía a mí mismo como si una simple mirada a mi entrepierna hubiese trastocado mi mundo- busco el calor humano, eso que algunos ingenuos escritores llaman 'amor', no que nadie me vea la entrepierna y espere un agradecimiento por tal hecho -intentaba convencerme.

Mientras divagaba en paranoias que a mi cerebro parecía gustarle, llegué a casa. Al abrir la puerta la soledad volvía. Allí estaba, esperándome, como si mi melancolía alimentase su existencia. A veces la soledad no es una consecuencia, sino una elección, un refugio, una defensa para sobrevivir, no para vivir.

20:45 marcaba el reloj. El día estaba acabando. Ordené los apuntes que desordenadamente invadían mi escritorio. Una nota; «llámame». No hubiese tenido mayor importancia si no viviese solo. Desesperadamente recorrí la casa entera para ver si la persona que había dejado aquella nota se había llevado algo más que mi ingenuidad. No, nada. Ojalá se hubiese llevado esta soledad que hoy incomoda mi vida -pensé. Volví a mirar la nota y sí, estaba seguro. Era mi ex. ¿Qué quería? ¿Además de mi corazón, llevarse también mis brazos y piernas?

Cogí el teléfono y marqué su número. Comunica, comunica, comunica… No está en casa. Espero que nunca llegue. Espero que nunca me llame. Espero que nunca me escriba. Será mejor así. Los libros solo deberían leerse una vez y quemarse, no porque hayan sido malos, sino porque si no fueron lo suficientemente sinceros, pueden volver a abrirse, llevarse tu voluntad, y quién sabe, el poco amor propio que te queda.

Debería acostarme. Sí, será lo mejor...