jueves, 7 de marzo de 2013

Worthless words...


  Pasos desentonados y respiros entrecortados recorren los pasillos de esta vieja pensión cuando el silencio de la tarde llega. Los recuerdos y sentimientos nacían y morían con el escándalo que se deslizaba por las hendiduras de mi ventana. A veces ruido, a veces lamentos que me recordaban la crudeza y deshumana virtud que tiene la vida para recordarme que no vivo detrás de una muralla y que más allá de la intimidad de estas paredes, el mundo sigue con sus zozobras y miserias. Mientras te quedan un par de monedas en el bolsillo, nunca te paras a pensar en el valor que damos a algo que surgió de la nada. Te acomodas en tu miserable opulencia y sigues con tu vida más que por deseo, por inercia. Hoy no solo me invade la soledad, sino una ligera desesperanza que cada día se alimenta del desaliento que hoy nuestra sociedad padece. 

    Desde la ventana de mi habitación veo como un grupo de personas se agolpan en la calle principal que da a la plaza para protestar por las decisiones que nuestros líderes años atrás tomaron y que hoy nos llevan al peor de los mundos. Un sentimiento de malestar y coraje me invade, pero a quién quiero engañar, la sociedad me ha consumido... No siento la necesidad de gritar, maldecir, ni de salir a la calle y ser uno más de los que ven caer promesas y a su pueblo con ellas. Enciendo la televisión, nada parece tener sentido. Nada parece importarle a quien se supone nos representa. La vida es un bien escaso y nos la están quitando. Años y años de deshumanización hoy nos han llevado a esto. El futuro parece incierto, hipotecado con lágrimas que piden a gritos piedad... ¡Socorro! Nadie parece escucharnos. «Gritad, gritad lo más fuerte que podáis. Dejad vuestro odio en ello. No os culpéis de vuestra desgracia. La desdicha de hoy pronto será solo un mal recuerdo que el tiempo sabrá arrancar de vuestra frágil memoria».

    06:52 de la tarde. Las luces que iluminan la ciudad empiezan a encenderse. El brillo de las las bombillas moldean las figuras y los gritos de los que aún continúan su marcha. El día al igual que las horas mueren al llegar la noche. Todo parece más tranquilo, más humano. Las personas regresan a casa con los suyos a intentar vivir una vida, o a engañarse mientras lo intentan. No se puede vivir de la esperanza, pero tampoco del desánimo. Vendrán días mejores, vendrán días en los que un abrazo sincero sea más valioso que un par de monedas, y solo entonces, la vida será más vida y menos una mercancía de los que nos controlan y ofrecen migajas de libertad a cambio de la aceptación de sus promesas desde ya, rotas.

    Quiero salir, gritar, quiero escapar de esta soledad y ahora, cobardía que desprecio. No encuentro la manera. Las cosas no las cambian las palabras, sino las acciones, pero hoy no me quedán más que estos inútiles escritos que uso para redimirme y convencerme de que existo, de que soy algo más que melancolía. 

   La noche ha llegado. Volveré a encerrarme entre estos fríos muros. Volveré a levantar una muralla y a gastar mis puños en volver a tirarla. Quizás mañana me levante mejor, quizás no. Quizás el silencio y la paz de la noche se confundan con la muerte y ésta me lleve consigo. Quizás sea lo mejor. Quizás solo esté desvariando…