jueves, 2 de mayo de 2013

Meat is murder

  He caminado por calles más diáfanas, pintorescas, vacías, pero nunca tan llenas de prejuicios como las de hoy, en las que cada adoquín saliente te mira como si esperase sentir tu propia saliva bajo  tus suelas. Ha ganado la avaricia más no el tiempo. Perder aquello que atas tan ciegamente a tus bolsillos, al ansia necia de propiedad, no es más que despojos del tiempo que hemos malgastado, de las horas que sentados esperamos que dicha alguna llenase «nuestro» vacío. Hemos henchido cuerpos, pero amargado almas y creencias -¿sientes algo acaso? ¿Sientes que podrías vivir sin una máquina que te conecte a su inutilidad? La catarsis de nuestros pensamientos ha olvida una vez más su fin. Cavar entre sus raíces hacía la verdadera fortuna que centurias de penurias la experiencia nos dejó, debería ser la impronta básica para que cada ser humano pueda volver a sentir. Ya no, es tarde, la verdad se no has negado y hoy lamentados su pérdida. Nos han dicho lo que seremos y padeceremos, más no cómo evitar tan atroz maldad. Marcado sobre nuestras cabezas la manera de sentir y odiar, hasta de morir. El «calor humano» hoy se vende en cada esquina. Yo mismo lo he comprado. Me costó muy caro para el poco fondo que aquello tenía. ¿Quién habla aquí de amor si no es para lamentarse? No podemos sentir ni el daño auto-infligido en nuestra propia desgracia. Hemos perdido la hermosa sensación de desangre emocional, vital en animales convalecientes como nosotros. Condoliéndonos todo el tiempo del dolor que no sentimos, pero que provocamos a seres que al carecer de una «retórica humanizada» no pueden condenarnos como bien mereceríamos. El dolor es dolor en todos los idiomas y latitudes. Sentirlo es una bendición de nuestra naturaleza, padecerlo es un placer para ciertos hombres, pero provocarlo debería ser la más imperdonable bajeza que se haya conocido. Ya no hablo de hombres, hablo de seres pensantes y convalecientes, independientes de toda egolatría e hipocresía que ser humano alguno haya creado. No puedes decir que quieres a lo bello y que te embelesa lo que entra en tus fauces al mismo tiempo, las cuales lo desgarran con todo el amor que antes llenaba tu boca. No lo ves, pero ahí está, tendido sobre tu mesa bañado en su propia sangre -ojalá fuese la tuya. Pero no, la prepotencia que nos desborda evitaría de cualquier manera tan dantesca escena -¿comerías a tu progenie? ¿Acaso es fundamental tener un baldío cerebro, que en el mejor de los casos usarás para decidir qué precio te conviene para esta noche, para no ser devorado? -yo no lo tengo. ¡Comedme entonces! Quizá mi hedor produzca arcadas en vuestro paladar, pero adelante, tengo toda la ternura que se podría esperar de mi precio. Comed y saciaos, saciad vuestro ego. No dejéis nada en la mesa, que vuestro misericordioso «Dios» podría resentirse. Pero volveréis, pronto volveréis a ser cenizas y será entonces cuando la más fiera de las criaturas se posará con todo su rencor sobre lo que un día fuisteis, derramará toda su cólera y los atormentados restos dejaran como se merecen el infame mundo que «habéis» creado para «nosotros». Ese mundo que nos lo habéis vendido a un precio que no podrán pagar ni mis palabras, ni mi inquina, ni todos mis primogénitos juntos sobre vuestra mesa (…)




No hay comentarios:

Publicar un comentario